lunes, 22 de octubre de 2012

El viaje de la noche a la velocidad de la luz


Sobre "Apuntes de viaje", de Isolda Dosamantes

Andrés Cisneros de la Cruz

Una de las complicaciones del conocimiento es que al manifestarse en lenguaje, aprehende el hallazgo o la revelación de un suceso en las delimitaciones lingüísticas de su propia manifestación; es decir, su manifestación material queda sin suscrita a su manifestación poietica. Para desgracia del poeta, el lenguaje es su herramienta. Una herramienta atroz, parecida a una guadaña que levanta los frutos maduros de la inteligencia; o en ocasiones, sino una hoz, es un caldero para mezclar los frutos muertos de la naturaleza. Sus esencias secas, así como los cabellos de burro, o las alas de abeja; el aguijón incluso. Todo para preparar menjurjes extraños, en el mejor de los casos, para los distraídos que cayeron en el patio de la Poesía.
            El viaje por otra parte, me gustaría definirlo como: el cenit del trayecto que tardamos de regresar a una misma coordenada, sin que esto quiera decir que regresamos a un mismo sitio. La dinámica de los traslados es curiosa y caótica. No sólo no existe un mismo punto de partida, pues una vez que se desplaza uno del punto, éste se mueve hacia otro espacio, aunque parezca permanecer; también los puntos intermedios son intermitencias de un viaje cuántico, y aparecen de ese modo al contacto del ojo.
            Isolda Dosamantes nos adentra en este transcurso, el cual lleva ya varios libros documentando ese gótico florido que es Natura en la mañana cuando sus cabellos, sean de hierba, sean de sol, sean de lava o de lluvia, están despeinados y le forman grecas al espectador en la mirada; fisuras incluso, si es que el poeta ha despertado de noche, y no de día, cuando todo sólo aparenta y no es sino su vano reflejo.
            Por eso algo permanece en Isolda como un árbol que se funde con sus hojas en el interior de su mente, y florece en palabras, y poemas que traduce para nosotros. Su visión del paisaje no es la caótica velocidad de la cercanía, sino la pausada contemplación de lo lejano, eso que se detiene en el horizonte, antes de sumergirse en el lomo de una giganta.
            ¿Será que todo el bosque de sus libros es una especie de encrucijada que el destino le ha trazado para que los hombres de sus poemas tengan algo de dónde sostenerse, aunque no sea un cetro, un bastón, o un castillo? Sólo árboles, y cito: “los hombres se abrazan de su árbol, lo ciñen como un niño ante su madre, lloran en él como occidental en su escondrijo (…) los hombres se golpean contra el árbol, le pegan con firmeza en la coraza y la fortaleza del árbol se hace suya. La sombra de los hombres son sus ramas”.
            Las palabras del poeta son extensiones materiales de sí mismo. Así como el hombre es extensión material de una primera palabra, que antes fue movimiento, gesto; pendulación de rechazo o un cariño. Isolda camina sobre una alfombra de ciruelo a la casa de su continuo viaje. Ese que parece ser una bitácora de árbol en árbol, una danza “como esa rama del cerezo de la que cuelga el mediodía”.
            Pareciera que Isolda Dosamantes es una bruja blanca, de esas brujas que guardan al sol como una carta bajo la manga. Y que lo juegan a discreción sobre el tablado misterioso de la noche. Sin prisa, “pues todo es un movimiento permanente, que parece girar en ritmo propio”. Las brujas blancas exaltan lo que hay para que los seres se extasíen al colmo de la muerte luminosa, el árbol que arde hacia dentro: “se tienden al sol de las doce y cantan la espera, esperan las horas de la mañana, ése que vendrá con sus aguas temblorosas a llenarlos de júbilo o de penas”. Ese júbilo y urgencia de la primavera en el retoño de dos amantes jóvenes. En cambio las brujas oscuras transfiguran lo que tocan, con sus agujas de lactante variante. Son las alevosas que vienen a cambiar nuestro mundo. Dialécticas del aire y del tiempo que se configuran en el lenguaje. “¿De dónde nace el agua y rueda, de los senos a la entraña del amante?”, es una de las preguntas que obsequia la poeta.
            Apuntes de viaje, de Isolda Dosamantes es un poemario maduro, listo para ser recolectado por el lector que afortunado habrá de comer una manzana lista para la mordida. Aquí el viaje nos emborracha con su aguardiente, para que seamos tal vez, una de las veladoras en la ofrenda de la diosa. Aquí el barro es la configuración de las mariposas que conforman nuestra carne. E Isolda es una poeta que levanta la voz para que se derrame el día, incluso de noche, cuando todos los seres bailamos alrededor de los árboles para recordar que todo es poesía, todo, incluso lo que permanece, alto, estático, ardiente como la muerte en la garganta. Como la muerte que nos obsequia la madre, en cada una de las palabras. 

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