jueves, 29 de marzo de 2012

En busca del anillo de Salomón

(texto a manera de homenaje para la poeta

María Elena Solórzano)

Por Adriana Tafoya

Expreso mi gusto ante todos los reunidos por haber sido elegida para entregar estas palabras a manera de homenaje para la maestra, cronista y poeta, María Elena Solórzano, nacida en la bella Ciudad de Delicias, Chihuahua, en 1941, perteneciente a una generación de poetas hasta ahora representada por Max Rojas, Elsa Cross, David Huerta y Francisco Hernández, entre muchos otros, y ante la cual, ella ha transitado de manera paralela, principalmente en el marco independiente, aunque ahora, con este homenaje se enfila a compartir el marco temporal que sus coetáneos forman. Está por demás comentarlo, pero necesaria es una breve introducción a su trabajo de estos años. María Elena ha escrito una vasta obra con poco más de 20 libros editados, entre ellos destacan, por el afecto del oficio, y su inspiración, Fridamariposa, Gruta de espejos, Urdimbre de conjuros, Ecos y por supuesto, Los secretos del enebro, poemario con el cual se hizo merecedora del Premio Nacional Tinta Nueva 2007.

Es motivo de elogio, en la obra de María Elena Solórzano, su canto místico, dándole luz a la Diosa, acomodándola, en el nuevo altar de este siglo. Pues la poeta, maneja misteriosas y bellas alusiones a la antigua y primigenia Diosa Blanca, ya sea transformada en cierva, en luna o en la misma Saba, pues, a fin de cuentas, como escribió alguna ocasión, Robert Graves, “…cuando se escribe o se lee un verdadero poema, es que un verdadero poema es necesariamente una invocación a la Diosa Blanca”. María Elena reconstruye esta mística y le da sentido con sus palabras. Pues en sus trabajos, ha desarrollado poemas oscuros, y filosamente intencionados, a veces, retomando un poco el tono de William Blake, en otros, encarnando las respuestas, en voz de la amada de Salomón. Canto, aunque salomónico, jamás masculino, pues al ser acogida bajo la tutela del maestro Enrique González Rojo Arthur, por un tiempo, siguió el consejo, de no perder la voz de su Naturaleza a lo largo de su recorrido en la vida, así como por la escritura. Citaré, esta importante reflexión gonzalezrojeana sobre el carácter ontológico del poeta, tomado del libro En marcha hacia la concreción: “El existente no es sólo un ente que pregunta, sino un hombre, o una mujer que pregunta, y que pregunta no sólo desde su conciencia o su sujeto, sino desde su género, un género, que tiene, sin duda, una dimensión biológica, pero que adquiere también una dimensión social, histórica y cultural”.

Con esto, González Rojo refiere que hay tanto un sino masculino, como uno femenino, que en este caso, refiriéndonos al poeta, posee el ser al mantenerse en equilibrio con su materia; o mejor dicho, armonizar con la predestinación de su carne. María Elena Solórzano lo ha logrado en versos de sensible inteligencia, cito un fragmento de Gruta de espejos: “La serena espera / descubro el fino pulimento del aire, / el estigma cubierto de violetas, / el oscuro párpado de mi alma”; ahora hago hincapié, en algunos fragmentos de los Secretos del enebro: “Corre la cierva entre los trazos de la grama, / los perros van tras ese pelambre que refulge, / rabiosos mastines la olfatean”.

María Elena plantea a la Diosa como la Naturaleza misma, originaria de todas las cosas vivas, con las cuales puede fundirse y de las cuales puede emerger, y que culturalmente a lo largo de la historia la han simbolizado también en la yegua blanca, en la cerda, la perra, la zorra, la burra, o en comadreja, serpiente, lechuza, loba, tigresa, sirena y bruja repugnante, así como la musa triple para otros, y comparto para ejemplificar estos versos del poema Fimn y la cierva, también del poemario Los Secretos del enebro: “Saba era otra vez la cierva, / la que comía en el pesebre / y cohabitaba con las bestias. / Ella huyó y se refugió entre los helechos / con su locura de pájaro extraviado”. Y estos otros de La mujer de Cruden: “Ordeño la cabra y guardo la leche / para que fermente con la luna. / Cubro el sagrado fuego con la frescura de la noche”.

También encuentro en la poesía de Solórzano rasgos trascendentes de la poesía náhuatl, de ese lenguaje floral, que como un jardín se desplegaba en la boca de los poetas, sin embargo siempre dando diferentes tinturas a las flores, que abundan en sus tipos, y que no sabemos si en las traducciones quedaron sus nombres clasificatorios perdidos; sin embargo, María Elena Solórzano nos habla de todas las flores, que son distintas, que significan diferentes palabras, y nos recuerda ese carácter Oriental que palpita en el corazón de la poesía de Nezahualcóyotl, poeta filósofo rey, que urdía un lenguaje vivo, y que correspondía a la conciencia de ser fugaz en el mundo, pues quedaba a merced del Orden mayor de la Vida. Para María Elena, la mujer es “compañera de lluvia y tempestad”, es la que habla no sólo con la voz, sino en el acto de cada una de sus partes, como lo demuestra en el poema XX de Fridamariposa: “Mujer de endrina cabellera / con un temblor de cierva / tus alas de obsidiana / cortan rebanadas al cielo”. Y en estos versos queda aún más claro: “Hay conjuros que obedecen a los ríos, / a la techumbre con estrellas, / a los pinceles, a tus manos”.

Pero hay también una búsqueda en la poeta María Elena Solórzano, pues indaga en los símbolos de la transformación, en su condición humana que la limita a ver hasta dónde pueden alcanzar los ojos humanos, y que al mismo tiempo, le dan la ventaja femenina de estar inmanentemente vinculada más que con los símbolos, con las manifestaciones anímicas o corporales de la naturaleza, y que ella traduce en composiciones emocionales, y a la vez, de existencia. Nos dice la poeta: “Buscaba el pez que tiene en su vientre el anillo de brillantes. / Buscaba madreperlas y sólo encontré la soledad”.

La maestra Solórzano encuentra así la verdad más limpia, la de saberse sola con todo lo que le rodea; o lo que es igual, cada cosa en su propia naturaleza separada de ella que observa. Salomón no venció a Saba, pero guardó algo que a ella pertenecía, y lo escondió en la propia entraña de una palabra de mar: en un pez. Y escribe: “Por el brillo de su piel sabré, por sus escamas iridiscentes sabré, por sus ojos de infinita tristeza sabré. / Entre los tentáculos de la anémona, / entre los vaivenes del mar. / Con mi anzuelo atraparé un pez / y en su vientre encontraré / la sortija con el brillante azul”. María Elena va al rescate de esa palabra, no robada, sino tomada discretamente del tocador de Efira, y al encontrarla, la coloca de vuelta a la mano, al índice de a quien pertenece; A la Diosa, a la Mujer y a la Poeta, para poder nuevamente aportar a los hombres su sabiduría. Y lo logra gracias a la destreza, o mejor dicho, a la maestría que ha alcanzado a través de la perseverancia y la madurez de los años, como lo hace todo poeta digno de serlo.

Bien merecido tiene este homenaje por su loable trabajo para la poesía. Muchas gracias María Elena, nuestra poeta. Y a los que valoran su trabajo y dignamente organizan este homenaje, a Eduardo H. González, Alma Estela Suárez Mendoza y a todos los integrantes de este colectivo que se encarga de que los poetas nunca callen. Cierro esta presentación con un hermoso poema, como es lógico, de nuestra homenajeada poeta:

EL ANILLO DE SALOMÓN

Busco el anillo de Salomón.

Como Jonás seré engullido por una ballena,

en los resquicios de su cuerpo viviré,

me revolveré en sus entrañas,

me acostumbraré a esas blanduras,

un día saldré por la fuente de su lomo.

Busco el anillo de Salomón,

está cerca del corazón de un pez.

Por el brillo de su piel sabré,

por sus escamas iridiscentes sabré,

por sus ojos de infinita tristeza sabré.

Busco el anillo de Salomón

entre los tentáculos de la anémona,

entre los vaivenes del mar.

Con mi anzuelo atraparé un pez

y en su vientre encontraré

la sortija con el brillante azul.

¡Gracias a todos por su atención!

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