jueves, 29 de marzo de 2012

En busca del anillo de Salomón

(texto a manera de homenaje para la poeta

María Elena Solórzano)

Por Adriana Tafoya

Expreso mi gusto ante todos los reunidos por haber sido elegida para entregar estas palabras a manera de homenaje para la maestra, cronista y poeta, María Elena Solórzano, nacida en la bella Ciudad de Delicias, Chihuahua, en 1941, perteneciente a una generación de poetas hasta ahora representada por Max Rojas, Elsa Cross, David Huerta y Francisco Hernández, entre muchos otros, y ante la cual, ella ha transitado de manera paralela, principalmente en el marco independiente, aunque ahora, con este homenaje se enfila a compartir el marco temporal que sus coetáneos forman. Está por demás comentarlo, pero necesaria es una breve introducción a su trabajo de estos años. María Elena ha escrito una vasta obra con poco más de 20 libros editados, entre ellos destacan, por el afecto del oficio, y su inspiración, Fridamariposa, Gruta de espejos, Urdimbre de conjuros, Ecos y por supuesto, Los secretos del enebro, poemario con el cual se hizo merecedora del Premio Nacional Tinta Nueva 2007.

Es motivo de elogio, en la obra de María Elena Solórzano, su canto místico, dándole luz a la Diosa, acomodándola, en el nuevo altar de este siglo. Pues la poeta, maneja misteriosas y bellas alusiones a la antigua y primigenia Diosa Blanca, ya sea transformada en cierva, en luna o en la misma Saba, pues, a fin de cuentas, como escribió alguna ocasión, Robert Graves, “…cuando se escribe o se lee un verdadero poema, es que un verdadero poema es necesariamente una invocación a la Diosa Blanca”. María Elena reconstruye esta mística y le da sentido con sus palabras. Pues en sus trabajos, ha desarrollado poemas oscuros, y filosamente intencionados, a veces, retomando un poco el tono de William Blake, en otros, encarnando las respuestas, en voz de la amada de Salomón. Canto, aunque salomónico, jamás masculino, pues al ser acogida bajo la tutela del maestro Enrique González Rojo Arthur, por un tiempo, siguió el consejo, de no perder la voz de su Naturaleza a lo largo de su recorrido en la vida, así como por la escritura. Citaré, esta importante reflexión gonzalezrojeana sobre el carácter ontológico del poeta, tomado del libro En marcha hacia la concreción: “El existente no es sólo un ente que pregunta, sino un hombre, o una mujer que pregunta, y que pregunta no sólo desde su conciencia o su sujeto, sino desde su género, un género, que tiene, sin duda, una dimensión biológica, pero que adquiere también una dimensión social, histórica y cultural”.

Con esto, González Rojo refiere que hay tanto un sino masculino, como uno femenino, que en este caso, refiriéndonos al poeta, posee el ser al mantenerse en equilibrio con su materia; o mejor dicho, armonizar con la predestinación de su carne. María Elena Solórzano lo ha logrado en versos de sensible inteligencia, cito un fragmento de Gruta de espejos: “La serena espera / descubro el fino pulimento del aire, / el estigma cubierto de violetas, / el oscuro párpado de mi alma”; ahora hago hincapié, en algunos fragmentos de los Secretos del enebro: “Corre la cierva entre los trazos de la grama, / los perros van tras ese pelambre que refulge, / rabiosos mastines la olfatean”.

María Elena plantea a la Diosa como la Naturaleza misma, originaria de todas las cosas vivas, con las cuales puede fundirse y de las cuales puede emerger, y que culturalmente a lo largo de la historia la han simbolizado también en la yegua blanca, en la cerda, la perra, la zorra, la burra, o en comadreja, serpiente, lechuza, loba, tigresa, sirena y bruja repugnante, así como la musa triple para otros, y comparto para ejemplificar estos versos del poema Fimn y la cierva, también del poemario Los Secretos del enebro: “Saba era otra vez la cierva, / la que comía en el pesebre / y cohabitaba con las bestias. / Ella huyó y se refugió entre los helechos / con su locura de pájaro extraviado”. Y estos otros de La mujer de Cruden: “Ordeño la cabra y guardo la leche / para que fermente con la luna. / Cubro el sagrado fuego con la frescura de la noche”.

También encuentro en la poesía de Solórzano rasgos trascendentes de la poesía náhuatl, de ese lenguaje floral, que como un jardín se desplegaba en la boca de los poetas, sin embargo siempre dando diferentes tinturas a las flores, que abundan en sus tipos, y que no sabemos si en las traducciones quedaron sus nombres clasificatorios perdidos; sin embargo, María Elena Solórzano nos habla de todas las flores, que son distintas, que significan diferentes palabras, y nos recuerda ese carácter Oriental que palpita en el corazón de la poesía de Nezahualcóyotl, poeta filósofo rey, que urdía un lenguaje vivo, y que correspondía a la conciencia de ser fugaz en el mundo, pues quedaba a merced del Orden mayor de la Vida. Para María Elena, la mujer es “compañera de lluvia y tempestad”, es la que habla no sólo con la voz, sino en el acto de cada una de sus partes, como lo demuestra en el poema XX de Fridamariposa: “Mujer de endrina cabellera / con un temblor de cierva / tus alas de obsidiana / cortan rebanadas al cielo”. Y en estos versos queda aún más claro: “Hay conjuros que obedecen a los ríos, / a la techumbre con estrellas, / a los pinceles, a tus manos”.

Pero hay también una búsqueda en la poeta María Elena Solórzano, pues indaga en los símbolos de la transformación, en su condición humana que la limita a ver hasta dónde pueden alcanzar los ojos humanos, y que al mismo tiempo, le dan la ventaja femenina de estar inmanentemente vinculada más que con los símbolos, con las manifestaciones anímicas o corporales de la naturaleza, y que ella traduce en composiciones emocionales, y a la vez, de existencia. Nos dice la poeta: “Buscaba el pez que tiene en su vientre el anillo de brillantes. / Buscaba madreperlas y sólo encontré la soledad”.

La maestra Solórzano encuentra así la verdad más limpia, la de saberse sola con todo lo que le rodea; o lo que es igual, cada cosa en su propia naturaleza separada de ella que observa. Salomón no venció a Saba, pero guardó algo que a ella pertenecía, y lo escondió en la propia entraña de una palabra de mar: en un pez. Y escribe: “Por el brillo de su piel sabré, por sus escamas iridiscentes sabré, por sus ojos de infinita tristeza sabré. / Entre los tentáculos de la anémona, / entre los vaivenes del mar. / Con mi anzuelo atraparé un pez / y en su vientre encontraré / la sortija con el brillante azul”. María Elena va al rescate de esa palabra, no robada, sino tomada discretamente del tocador de Efira, y al encontrarla, la coloca de vuelta a la mano, al índice de a quien pertenece; A la Diosa, a la Mujer y a la Poeta, para poder nuevamente aportar a los hombres su sabiduría. Y lo logra gracias a la destreza, o mejor dicho, a la maestría que ha alcanzado a través de la perseverancia y la madurez de los años, como lo hace todo poeta digno de serlo.

Bien merecido tiene este homenaje por su loable trabajo para la poesía. Muchas gracias María Elena, nuestra poeta. Y a los que valoran su trabajo y dignamente organizan este homenaje, a Eduardo H. González, Alma Estela Suárez Mendoza y a todos los integrantes de este colectivo que se encarga de que los poetas nunca callen. Cierro esta presentación con un hermoso poema, como es lógico, de nuestra homenajeada poeta:

EL ANILLO DE SALOMÓN

Busco el anillo de Salomón.

Como Jonás seré engullido por una ballena,

en los resquicios de su cuerpo viviré,

me revolveré en sus entrañas,

me acostumbraré a esas blanduras,

un día saldré por la fuente de su lomo.

Busco el anillo de Salomón,

está cerca del corazón de un pez.

Por el brillo de su piel sabré,

por sus escamas iridiscentes sabré,

por sus ojos de infinita tristeza sabré.

Busco el anillo de Salomón

entre los tentáculos de la anémona,

entre los vaivenes del mar.

Con mi anzuelo atraparé un pez

y en su vientre encontraré

la sortija con el brillante azul.

¡Gracias a todos por su atención!

La poesía viva de México, es la semilla desnuda


Por Adriana Tafoya


Doy la bienvenida a esta antología, La semilla desnuda, que incluye en sus páginas a 90 poetas, y por consiguiente 90 poemas. Y sobre todo,

doy la bienvenida al título por su poder simbólico que podría tener diversos significantes, pero el que yo quiero ver en él, es esa unión de óvulo y esperma que da por clímax un hermoso ser vivo, nacido desnudo y que tuvo de gestación exactos y cumplidos sus nueve meses; y aquí, creo la intención es más que cabalística al recurrir a 90 poemas para no caer en la simple asociación sagrada. A fin de cuentas, esta es una antología, un nuevo ser incorporándose a la práctica mexicana, con el interés de preservar y
ser semilla de modificación del modo de concebir la creación. Pues como sabemos la intensión principal de cada antologador, sea con criterio conservador o de innovación, es postular con una serie de poetas reunidos, una relectura de la tradición, o al menos de una parte de esta.


Anthony Stanton, comenta en su libro Inventores de tradición: ensayos sobre poesía mexicana moderna (FCE, 1998) que hay tres tipos o modelos de antologías; se refiere a la clasificación que realiza Pedro Salinas para entender el sentido o intento de una compilación. Cito: “Por definición hay tres tipos de antologías: la antología personal, donde priva por completo el gusto del seleccionador. 2. Aquellas que representan una escuela o tendencia literaria, con exclusión de las restantes. 3. Y las que podríamos llamar históricas”. El primer tipo ignora al público, el segundo se dirige a un grupo minoritario de artistas, y el tercero está dirigido a un público extenso, al cual aspira a dar un amplio panorama, lo más neutral e imparcial posible. Aunque es un error frecuente, a la hora de juzgar una antología, aplicarle criterios distintos a los que rigieron su confección.

Esta antología reúne los tres puntos anteriores, pero cada uno de manera diferente a la planteada. No llega a ser una antología personal, pues priva el criterio, y no sólo el gusto, de los antologadores, tan es así, que son tres poetas editores los que la realizaron, y cada uno de ellos con puntos diferentes de vista respecto a los autores y poemas seleccionados. El segundo punto, pese a que el compendio viene de un origen grupal, es decir, una iniciativa de Poetas en Construcción, no está restringido a una estética o tendencia, e incluso hace sólo una pequeña selección de los poetas que participan en el grupo compilador de esta antología, lo cual nos habla también de una visión autocrítica. El tercer punto, es quizá el más definitivo para La semilla desnuda, pues aspira a ser “imparcial”, o lo más imparcial posible para dar una selección completa de buenos poetas mexicanos, según se plantea en el prólogo. Cito: “Una de nuestras exigencias a los autores incluidos fue que sean en realidad poetas, buenos poetas, no de un poema o de tres, que su actitud sea propositiva y honesta, que mantengan un compromiso serio con la creación y con el arte (…) resulta decepcionante el fenómeno que se presenta cuando ciertos simuladores, hábiles conocedores del idioma, intentan disfrazar la voz de la poesía sin conseguirlo; su audacia se queda en juegos verbales que a veces rayan en el disparate, desde nuestro punto de vista ahí no está la poesía, por más que el versificador sea aun importante referente en el mundo de la literatura”.

El nacimiento de La semilla desnuda está demarcado por otras antologías que se editaron en su mismo año, y que son de un carácter si no antagónico, sí bastante distinto, pues en estas obras lo que resalta son los tributos y los homenajes, como es el caso de Tributo a Sabines (He aquí que estamos todos reunidos), compilación de Jorge Contreras Herrera, poeta hidalguense, Editorial Fridaura y Los Ablucionistas, 2010, y Querido (homenaje a Juan Gabriel) Mantarraya Ediciones, 2010. Otra antología por poner el ejemplo, es la del chileno Héctor Hernández Montecinos, con 4M3R1C4 (América), Ventana Abierta, 2010, donde reúne “novísimos” poetas mexicanos y latinoamericanos, desde una óptica estelar, muy personal, nacidos entre 1976 y 1986. Las tres antologías ejemplificadas aquí, nacidas el mismo año que La semilla desnuda, fueron realizadas desde el gusto de sus respectivos antologadores.

Los compiladores del libro que ahora nos reúne, pertenecen al grupo Poetas en Construcción, que cumple 20 años de promover la poesía, que fue fundado en 1991, en Ciudad Nezahualcóyotl, y que desde entonces ha impulsado constantemente la poesía tanto en México, como en Francia, España, Italia, Chile y Cuba. Los compiladores, Kuitláuak Macías, Santos Velázquez y Porfirio García Trejo, pertenecen a la generación de los 50, tal vez por eso su gusto y predilección por los poetas de esa década; como es normal tienen la influencia temporal, pues de los 90 autores antologados, 30 pertenecen a ésta.

Cabe comentar que la generación de los 50 es importante para la poesía nacional por su intenta de incluir en su lenguaje poético el compendio de lo “popular”, pero asumido desde sus respectivas clases sociales; así, los poetas de clase media, o media alta, se dedican a incluir en sus escritos contextos citadinos o laborales, aparte de tomar en muchas ocasiones una estructura que tiende a lo narrativo, o en algunos por lo contrario, la influencia de un Góngora asistido por el jazz, la lectura de los malditos y versos que apuntan a lo ensayístico; retomando la cultura oriental como fondo. En pocas palabras, son poetas universalistas, que tratan de asimilar su entorno en una poética que todavía se percibe algo ajena a sus esenciales circunstancias.

Un importante acierto de la antología, es que reúne nueve generaciones poéticas, desde 1918, con Alí Chumacero, que aún vivía cuando estaba en ciernes la Semilla, hasta Martha Rodríguez Mega, nacida en 1991; esto nos da una visión con buen margen de diferencia de estilos, ideas o corrientes estéticas al realizar el recorrido en nuestra lectura. El compendio cuenta con cuatro importantes poetas de los años 20, como Dolores Castro, Eduardo Lizalde, Rubén Bonifaz Nuño y la recién fallecida y homenajeada, Norma Bazúa Fitch. De los años 30, se seleccionaron sólo ocho de los más importantes poetas: Gabriel Zaid, Juan Bañuelos, Isabel Fraire, Salvador Alcocer, Thelma Nava, Óscar Oliva, Hugo Gutiérrez Vega y José Emilio Pacheco.

De la década de los 40, fueron seleccionados catorce, los más conocidos: Carlos Montemayor, que también falleció en el trayecto de la edición del libro; Homero Aridjis, Max Rojas, Marco Antonio Campos, Elsa Cross, Silvia Pratt, Antonio Deltoro, Ricardo Yáñez, Francisco Hernández, Elva Macías; y los menos conocidos: Olimpia Badillo, Teresa Guarneros, Luis Girarte y Mariángeles Comesaña.

De la generación de los 50, como mencioné anteriormente, es la que más poetas aporta a la antología, con 30, de los cuales la mayoría son de reconocida trayectoria y que son personajes activos de las letras. Los menos sonados, pero no de menor calidad, y por lo mismo importantes de enunciar, son: Efrén Rodríguez Mendoza, Raúl Aceves, Iliana Godoy, Neftalí Coria, Ricardo Ríos, Baudelio Camarillo, Alfredo Espinoza, Jorge Valdez Díaz y Rafael Vargas.

De la década de los 60, se pueden leer 15. Félix Suárez, Raúl Tapia, Mirtha Luz Pérez Robledo, María Baranda, Sergio Cordero, Guillermo Vega Zaragoza, Jorge Fernández Granados, Arturo Terán, Ángel Cuesta, entre otros.

Para los años 70, fueron 13 los seleccionados. Aída Valdepeña, Aleyda Aguirre, Luigi Amara, Hernán Bravo Varela, Andrés Cisneros de la Cruz y Óscar de Pablo, también están antologados Israel Miranda Salas y Mónica Gameros, que se nota son buenos diseñadores, porque ellos realizaron el diseño y producción de esta antología; también participan, Mauro Ramírez, Ricardo Medrano Torres, Balam Rodrigo, entre otros.

De los 80 y 90, la participación fue mínima, con cinco poetas. Me gustaría mencionar a Jonathan Ruiz y Martha Rodríguez Mega.

Como todos sabemos, en las antologías, a nuestro parecer, siempre están los que sobran, y presentes los que faltan. Y aunque, puedo constatar, que esta antología es de muy buena calidad, podría atreverme a asegurar que en un 90% se cumple la alta pretensión de los antologadores, salvo en el 10%, que como cualquier lector y crítico que se digne de serlo, no estaría de acuerdo. Y como los mismos antologadores comentan en el prólogo, cito: “Sabemos que seremos criticados, tanto por los que incluimos, como por los que dejamos fuera”, puedo atreverme a dar mi punto de vista, sobre cuatro poetas que hicieron falta en esta selección: Saúl Ibargoyen, Raúl Renán, Leopoldo Ayala y Enrique González Rojo Arthur, con ellos, seguramente, la antología habría rozado la perfección, pues como también todos sabemos, no hay libro sin erratas.

Ahora sólo cabría preguntarse, ¿qué tenemos en común todos los poetas que estamos aquí antologados?, pues venimos de diferentes sectores, grupos, talleres y cánones. ¿Qué lugar ocupará esta antología en la historia de la poesía mexicana en un panorama poético, en donde nacen cerca de 20 o 30 antologías al año? ¿Logrará pese a su calidad y contundencia enfrentar el peso mediático definido por antologías como El manantial latente, Divino tesoro, Poesía ante la incertidumbre: antología (Nuevos poetas en español), por mencionar las menos, que en apariencia guardan en sus páginas a los poetas mexicanos en su totalidad? ¿Bastará tan sólo con buena poesía, buena calidad poética para enfrentarse a un medio joven y desesperado por destacar en las letras del mundo, donde no hay lugar para 20 o 30 antologías representativas, sino para una sola, como es la triste costumbre de la tradición?

La semilla desnuda comparte en su catálogo muchos nombres de la poesía mexicana que figuran por igual en las antologías mencionadas y otras tantas más, tiene una selección de poemas escogidos con excelente gusto y tino, y sobre todo, interesante es ver que aunque viene de un grupo, tenga apertura a todas la voces, y por ello, le doy la mejor de las suertes, a esta Semilla de la poesía viva en México.

Patibulario, de Ulises Paniagua

Por Adriana Tafoya


Patibulario, como su nombre lo dice, es un sitio en donde se consuma una pena de muerte, y esto es lo que sucede sin más en los Cuentos al final del túnel de Ulises Paniagua. Las ejecuciones son el tema central de los ocho cuentos aquí reunidos. Temática muy funcional en esta época mexicana, y por supuesto mundial, donde la violencia, la corrupción y la falta de valores nos conducen (cada vez con mayor desenfado) al desborde de las pasiones más bajas.

Es en este punto, justo cuando el cinismo, no como una frontera intelectual sino como una derrota, está más en boga y se ejerce como una normalidad, y hasta como una naturaleza. Y no es que el humano no posea rasgos destructivos y negligentes, sino que simplemente la balanza del equilibrio no existe ya en nuestros códigos sociales, incluidos los políticos, familiares y personales.

En este contexto, Patibulario encuentra su epicentro y su fuerza como voz, y un intento de tener injerencia en el ciclo de las acciones que se suscitan, una y otra vez a nuestro alrededor. Lo hace ya con una queja, o en una súplica; busca hablar con el lector para que se suscite un cambio, o despertar una luz en su conciencia, digamos que esta es la “intensión” central de cada cuento, y este mensaje o la moraleja, según se quiera ver, es el punto medular de su narración, lo cual provoca un efecto con tintes didácticos (sin asumir el término con algún prejuicio), pues en realidad una obra literaria bien hecha no debe carecer de mensaje, contenido, y de enseñanza o aprendizaje, que es tácito en cualquier texto, pues qué es la literatura sino una consumación del aprendizaje que ha tenido el ser humano en medio del mundo, o mejor dicho de la naturaleza, como prueba de su transcurso existencial.

Sin embargo, en la mayoría de los textos, Ulises Paniagua, decide dar su mensaje pasándolo por el filtro de una moralidad más que religiosa, católica. Lo cual es totalmente lógico, puesto que todos nosotros venimos de una formación contextual por parte de esta religión, oficial en México. Por lo tanto, digamos que es normal que en el narrador, al no encontrar esperanza, o alguna forma de solucionar sus dudas, para acercarse al lector y dar en el clavo del conflicto, decide ampararse bajo (tal vez el único ejemplo de moralidad que todos conocen): la evocación espiritual de un más allá, de un dios, y más acertadamente aquí, un Ejecutor que vela por la moralidad en el patíbulo.

El lector puede vivir esta experiencia en los cuentos, Relato de una coronación, donde la divinidad se ejecuta a través de las abejas. Cuento que abre con una línea cargada del esperado milagro: “Recordarás: tú no creías en imposibles hasta que de manera imprevista, aquella abeja se te metió a la nariz”. En La vida me visita, Ulises, nos entrega un personaje, Juan Valdivia, cansado de las constantes invitaciones a reuniones “frívolas” donde la Vida se le presenta en forma de espíritu, llevándole un mensaje de fe: “La fe sepultada años atrás en los escombros del amor”. Evocación bíblica en forma de metáfora de Lázaro resucitado. En Mi boda el día de… expresa con claridad el dogma cristiano donde su personaje se pregunta “¿de dónde le han asignado tal bendición?”, al contraer milagrosamente nupcias con Simoneta renacentista, y donde concluye, “si puedes verla allí, a la mujer que amas, y encontrarte junto a ella, cuando menos un instante, por mínimo y casual que este sea, aunque no medie una explicación racional, científica, ¿qué importa el resto? No preguntes. No investigues. No busques los porqués, la congruencia. Mira a tu derecha ¿habías visto ojos más bellos, más profundos que los que ves ahora? Sus ojos color de miel. Sólo sus ojos y tú. Entiende, acepta, agradece. No hay nada que preguntar”. Esta oración podríamos escucharla, y nos sonaría completamente normal, en la voz de un cardenal, un sacerdote, en la misa guadalupana. Donde queda claro el dogma y la sugestión anticientífica, y esto lo consuma en el cuento (que a mi punto de vista, y supongo que del autor) El Ejecutor, es donde pesa la intensión del libro: ahí el soborno es el pecado a castigar y el asesino con poderes sobrenaturales toma la forma más conveniente para hacer justicia sobre las burócratas corruptas, dándoles un tiro en el cráneo con una escuadra 45.

Esto lo lleva al colmo, mejor dicho a su clímax, en Lluvia ácida donde con un epígrafe de Augusto Roa Bastos, da reflexión de que “el infierno está en el mundo y ustedes mismos son los diablos”. Entregándonos en holocausto a un Santiago Guadalupe, microbusero, por supuesto de clase baja, que se roba las limosnas de la iglesia, por pura costumbre y que es descubierto por su ejecutor (un hombre ciego) no en un cámara de vigilancia, sino a través de una bola mágica. Y por esta acción, de robo a los bienes de la iglesia, es al igual que los demás personajes, asesinado con tres tiros en su cabeza proletaria y ladrona. Resalta a la vista en este cuento, como en los demás, un sutil humor negro cuando comenta José Guadalupe en las líneas del cuento: “Mierda. Déjenme ir. Tengo familia, un hijo. Sé que no los trato bien. Que les pego, pero…” dándole respuesta su místico ejecutor: “¿Les pega? Eso sí no lo sabía, palabra”, demostrando con este diálogo que pesa más el robo de las limosnas que este pequeño detallito.

Es necesario mencionar que vivimos en un estado laico, esto quiere decir, que todos los que profesan una religión y los que no, podemos convivir supuestamente en armonía, sin embargo, al haber un monopolio religioso esto no llega a su cauce. Esto tiene sentido de comentarse porque la visión de Paniagua, tal vez, se centró de más en un monopolio localista cristiano, dejando entrever la solución de que sólo con la mano de dios ejecutora podrían resolverse los cuentos de la existencia.

Lo más triste es que los personajes de Paniagua no profesan en realidad una religión, sino que simplemente son supersticiosos, pues comenta que alguno de ello sólo reza la única oración que conoce, otros más, como la lujuria, asesina de la poesía, comenta, “de un remordimiento un tanto supersticioso”. Esta visión lamentable nos la demuestra el autor haciéndonos reflexionar sobre el triste país subdesarrollado donde caminamos todos los días, donde la educación y la información no es para todos. Por último desearía mencionar dos cuentos que a mi criterio son los más logrados, reflexivos, y bellos de este libro: Un domingo en el estadio y Con boleto al inframundo, donde se nota la crítica con más claridad y precisión a nuestro país que está plagado del fanatismo y la enajenación en el futbol, esto en Un domingo en el estadio; y en la ficción lograda con el elenco de los niños de la calle convertidos en bestias sanguinarias dentro de los túneles del metro, por culpa de un gobierno, una clase alta, indiferente a las necesidades de las clases bajas, en "Con un boleto al inframundo".

Les recomiendo la lectura de ellos, pues es en donde se logra la contundencia de Ulises Paniagua, que apuesta a la crítica social, la crítica al sistema educativo y la crítica a una política donde nos mantienen sin libertad de pensamiento, y claro está, sin libertad económica. Mal social que nos determina, si se quiere ver así, a caer en el pecado. Como comenté anteriormente el libro de Patibulario está impregnado de un exquisito y sutil humor negro, que la da una peculiar belleza y lo hace altamente recomendable para todos ustedes, los lectores.

La poesía, un lunar en el rostro de Sara Bringas

Por Adriana Tafoya

Las mujeres nuevas nacen de sí mismas (S.B)

Para escribir sobre Lunaciente, este misterioso poemario de Sara Bringas (por el secreto que guardan muchos de sus poemas), tendría que empezar hablando sobre lo que se espera en la actualidad de la poesía femenina.

Sara Bringas, Raúl Renán, Ivan Leroy y Adriana Tafoya en Casa Lamm.


En un reciente coloquio en la UNAM, donde participaron Enrique González Rojo y Max Rojas, flotó sobre la mesa este tema, ante lo cual González Rojo comentó que “que la poesía oficiada por mujeres es la que más destaca ahora en México”. No opinando lo mismo Max Rojas, quien sostuvo que “las poetas se habían vuelto unas descaradas que abordaban la sensualidad más como pornografía”. Lo interesante de ambas percepciones no viene de su antagonismo, sino más bien, de que es obvio que sigue existiendo una rivalidad ancestral en la dicotomía hombre-mujer.

En este poemario de Bringas, es notoria esta confrontación, que desarrolla en varios de sus poemas. La poeta asume una posición lunar para la mujer, símbolo ancestral que se le ha otorgado como propio, al igual que los mares, las sombras y el silencio. Todo esto a favor de un pensamiento medieval; donde todo lo transgresor que se conocía o manifestaba en el rol femenino, se circundaba en el término de “brujería”. Bringas, retoma este término que en tiempos actuales ha adquirido diferentes connotaciones. Una de ellas, es la idea de brujería como la alquimia del poeta, como creador de metáforas (caldero en donde se cuecen las transformaciones), imágenes, símbolos, el mundo que existe dentro del poema en sí. Entre las mujeres poetas oficiantes de ello, por mencionar algunas, se encuentran María Elena Solórzano, Iliana Godoy, Teresa Guarneros y Gabriela Borunda, poetas que creen humildemente en el oficio de la poesía como un gran aquelarre.

Al igual que ellas, Sara Bringas, busca en su interior esa voz blasfema, que en el mito se cree es voz femenina. En estos poemas llenos de encanto, y alta calidad estética, remarcada con siniestros fetiches, logra crear un mundo mágico, y a la vez real, gracias al manejo de la ironía que traza en él.

En el sueño hay tendencias

el hombre tenía pechos y pezones

con un palo de escoba entre las piernas

volaba sobre las tejas

(página 108)

Bringas pone el dedo en la hendidura de un tema que se ha vuelto de gran interés en todas las artes, y nos remite al controversial filme de Lars Von Trier, “El anticristo”, donde la protagonista hace real el miedo a las brujas, que permanece guardado incluso en el hombre más racional. Película en donde también con ironía se demuestra que el sentimiento de ser bruja quedó marcado para siempre (casi como un instinto) en el interior femenino, al igual que dentro de cada hombre hay un gran Torquemada.

Sin embargo, este rol, (muy lejos a ser superado por la posmodernidad, contrario a lo que pudiéramos pensar) es uno de los más audaces, y con mayor elasticidad para la acción de la mujer, por consiguiente, de las poetas, y que ha venido a retomarse en esta época por la necesidad de salir, mejor dicho, de escapar, de una “poesía” hecha por mujeres domésticas, madres alcahuetas, amas de llaves y prostitutas abnegadas.

Porque se sigue apoyando ese tipo de “poesía”, y que su estética, para nada, disimula su contenido, es que las poetas tienen que recurrir nuevamente al caldero para crear, al menos, otra variante de la realidad. Cito:

bruja zorra

Maldita perra

qué más te queda rompe tus miedos

Bruja mala eres sólo cordera

amante fallida cándida insecta

Arrobante aroma exuda tu cuello

y te enredas en mis senos

(página 33)

Sara Bringas es una de estas poetas, que se esfuerza por encontrar otra voz, otros roles, otras formas de soñar y pensar, para ejercer el don del poder, en la Realidad. Debo decir y adular de la poeta, la armonía de sus versos al escribir sobre situaciones nada poéticas, logrando en ellos belleza.

Estás ahí boca arriba

eres cadáver hermoso

disimulas con parafina la ruina de tu rostro

te hicieron una peluca con el pelo de los santos

en la oscuridad del sepulcro

tu lengua ya no obedece

sólo castañean tus dientes

se te enredan las palabras

(Página 77)

Lunaciente es un libro de los ciclos, de las mareas altas, y de la sangre que es el día. Una poética que sólo puede ser concebida por una mujer que se sumerge en el habla de una primera persona que se inquieta como el río y que es capaz de levantarse en una columna para acariciar el lomo lunar de ese cachorro, lobo sediento que se acerca a los lindes de un caudal de luz.

La travesía es un sitio ya previsto para quién conoce la geometría del Mundo. Y después de girar, entre lo que puede ser, construir o destruir una poeta con el poder de sus manos, con el poder de su vórtice, de sus pensamientos, de la belleza que emerge de una palabra, Sara Bringas, la poeta, nos pregunta: “ahora qué haremos con los ojos abiertos”, pues su poesía no abre los ojos por primera vez al mundo para darnos cuenta de que también está compuesto por otros elementos, y otras formas que enriquecen la visión.

Este libro es recomendable por su peculiar estética, su misterio, su inteligencia y reflexión, y sobre todo, porque nos puede entregar frutos muy diferentes de los que está dando ahora la poesía mexicana femenina.