miércoles, 16 de abril de 2008

Poética versodestierro y su crítica

Conejo blanco
30 de marzo de 2008

Por José Manuel Ruiz Regil

(Foto: Pascual Borzelli Iglesias)
Lectura de Adriana Tafoya, Andrés Cisneros de la Cruz, Homenic Fuentes y Hugo Garduño

Domingo. 6:30 de la tarde. Como citados a misa, los feligreses de Adán se aproximan al templo para oficiar el ritual de la palabra. Para quienes el arte es religión, qué liturgia más preciosa la de escuchar el trabajo de cuatro creadores nacionales, cuyas voces al mezclarse generan una especie de sinfonía Revueltiana en cuatro movimientos, iniciando con las pinceladas impresionistas de "Tintura", poema de Adriana Tafoya, donde el paisaje es protagonista y el misterio del tiempo detenido parece garantizar un permanente drama interior. Liviandad retratada en una escena de la Belle Epoque. Esto a manera de introito, pues "Enmugrecido", retrata la invalidez marginal que se crece al castigo de las calles y construye una utopía en un cajón que es a la vez hogar, transporte, frontera. Sensible al espacio y a la respuesta del público, la autora busca en su legajo el tono más apropiado para sacudir las conciencias del reducido pero ávido público, y poner sobre la mesa su fragancia que habrá de mezclarse con la de ellos tres, otros poetas, si logran percibirla. Y así parece ser.
Hugo Garduño, autor de Luz Parda aporta su canto desde la silla. Con desgarbo pronuncia sus versos para sí y nos deja leerlos a través de su lenguaje corporal. Resignación futurista donde gravita un cinismo muy del urbano. "La estación del desierto", "lo que vendrá". De Descifrando el laberinto escoge "Sueños". En sus imaginaciones Freud y Ciorán beben tequila de Hidalgo y endosan la posteridad a una ramera que amamanta ciegos. "y siempre detrás de ti caminará tu yo, porque le diste olvido" Y enfatiza –como si hiciera falta- con la repetición. Pero no importa porque como declara luego "Gusanera": "La existencia tiene el don de no sentir".
La participación de Homenic Fuentes es la crónica de un infierno acercado. Un museo del horror en corifeos. Visiones apocalípticas presentes, realidades paralelas, abismos interiores develados en un viaje Dantesco por los círculos concéntricos de la perversión. Cantos de largo aliento van cimentando las estaciones que preparan al iniciado hacia el sacramento del dolor. Me pregunto si "Las delicias de Torquemada"de Fuentes, abreva o reta a Una temporada en el infierno, de Rimbaud. No puedo aun contestar. Son atisbos apenas. Mas hay una aparente contradicción. Y me pregunto también: ¿Porqué vestir la lectura con una fraseología musical que destella una pátina romántica, pre-maldita tan distinta al fondo y a la forma que propone?

"Poema libre", de Andrés Cisneros de la Cruz, estampa la visión del resentimiento estéril a dos de tres caídas. Con "El equilibrista del puente" une los dos extremos del dilema. Y con "Síncopa en sombra" que da una vuelta de tuerca al momento de la lectura, alertando a sus compañeros a preparar sus mejores cartas bajo la (nalga) manga. "La borrosa geografía del dolor / sé / amargo es el rojo semen de un piano/ Tú". Silencios, tiempos fragmentados que suenan estertores de una auto elegía. "Poema homicida" deja en entredicho la moral cristiana y plantea la posibilidad egocéntrica de morir por amor propio.

(Foto: Pascual Borzelli Iglesias)

La última ronda, como en un Jam musical, propicia el lucimiento individual, sin perder de vista la armonía del grupo, que de manera bastante intencionada cuidaron algunos, y otros, al puro "feeling", guardaron también. Cierra Tafoya, con un Ave María negra, donde la madre de dios es una hembra lasciva al servicio de los deseos de un creador perverso. Garduño anuncia el pié de su próximo libro "Reposo". Fuentes se ratifica en su declamatoria sin maestro, persiguiendo un oscurantismo más cerca de lo judicial que de lo macabro. Y del otro lado Cisneros de la Cruz nos muestra el ósculo objeto del deseo, con la pregunta de "Poema porno": "¿Cuánto pesa el cuerpo de un amante cuando pende de un beso?"

Con la imagen del baño rebosante de libros y estantería cultural a sus espaldas, los poetas despiden al público que asistió a la casa de lectura Conejo Blanco, en Ámsterdam 67, esa callecita circular en la Condesa, que algunos nos provoca vueltas de cabeza..

Hasta la próxima.

miércoles, 9 de abril de 2008

Lectura de Miguel Lecumberri y Juan Carlos Abreu en la Bótica de San Ángel

Por José Manuel Ruiz Regil


26 de marzo 2008

La bitácora de marzo de editorial VersodestierrO propulsada por los poetas Andrés Cisneros y Adriana Tafoya, señala la mezcalería Botica San Angel como sede de la primera lectura de poesía itinerante del 2008, en el mes de la poesía. A pocos metros de la Plaza San Jacinto (Jardín del arte) desperezan sus voces del tráfago urbano dos poetas disímbolos. Su dialéctica fraterniza en la admiración recíproca, y en el feliz acaecimiento de la presentación de sus poemarios.
Delirium Videns, de José Miguel Lecumberri, más que una plaquette que se leyera, quisiera ser un carrete elegíaco de leyendas cinematográficas proyectadas sobre la pantalla memorable del amigo ido. Imágenes a partir de otras imágenes que sugieren imágenes. La poesía está en el canto. Dos, tres poemas arrebatados al tiempo cantan la poesía de la lente, a los personajes y sus leyendas, a las historias entreveradas y a las anécdotas que no registra la pantalla.


José Miguel Lecumberri en la lectura

Letras vencidas, cartas marcadas, de Juan Carlos Abreu y Abreu, sarcófago de intimidades compartidas, no con impudor, sino con la veladura oficiosa de un alma arrestada en el Samsara, que de tanto rodar canta al hastío, al desconsuelo, la incertidumbre y la congoja, con aliento templado de gresca espiritual. Y sin embargo, no solo mantiene la belleza del misterio, sino que además la muestra con sobrada compasión y un dejo de asumida derrota “...heme aquí, nunca supe transitar del desconsuelo a la esperanza”.
Embebidos de una luz verde-ambarina, los asistentes a Botica San Angel demandan sus remedios a los brujos de la palabra, a los chamanes del verbo. A sus espaldas, la vitrina reflejante exhibe sus esencias en diminutos frascos multicolor. Destella luces que han de chocar con el sonido emanado de los vates. Se asoman parroquianos al 10 C de la calle Francisco I. Madero. Escuchan. No comprenden. Miran. Sólo ven. Intervienen. Preguntan. Desconciertan. Apenas se acostumbran a entender que sí, allí, junto al mostrador, delante de tanto pomo hay un par de poetas disímbolos, comulgando con la palabra.
Abreu despliega su ofrenda ritual de fatalidad; trasciende su vocación de avatar y narra los efectos de una rendición ontológica, cantando unas “letras vencidas” cual irrefutables plazos de destino. Con el desconsuelo de quien recuenta los daños para descubrir que “no era necesario” casi nada, porque al final, ni la muerte acaba.
Lecumberri, excusa confusión y se suma al canto de Abreu demostrando su todavía más afortunado aliento ensayístico para hacer exégesis de las marcadas cartas de su compañero, y fungir como inductor inspiracional, atando a los versos cabos de genealogía, a la indómita voz que trasciende los ciclos.
Transcurre la noche entre el Delirium de Lecumberri y las muescas mánticas de Abreu. El local verdepistache se imanta de poesía. Canta el distintivo maguey de acrílico sobre fondo rojo. La rockola carraspea de nuevo un CD Comensales intrusos al ritual del verbo se imponen con ordinaria sordera. Pareciera que nada pasó. Es invisible el poder evocado. Todo será desvelado en la lectura. Box Populi, la Colección.

Juan Carlos Abreu y Abreu durante la lectura.